domingo, 11 de marzo de 2012

ella, niña

Sobre la ciudad se alzan las luces, absorviendo a esos gatos callejeros, a las flores, a los muchachos que corren con sus almas en las manos, valientes; se alzan las luces que arrasan con todo y con todos, que los tientan, que los seducen con el irrefutable llanto en el rostro con esa voz muda, ese grito que los sacude a cada uno de los presentes. Allí está Niña, la (niña) con la ausencia de su alma clavada en sus vísceras. Debajo de su esternón late ese animal salvaje y valiente que siempre llevó enjaulado. El cuerpo entero diciendo que sí, que ella lo había hecho mejor que ninguno, que su miseria olía a neuronas quemadas y que se ahogaba en el llanto, que había visto lo que nadie vio, que estaba tan herida que no iba a poder pasar un día mas. La ciudad crece en sus ojos, ella, niña, la posee con sus pupilas, la hace toda suya, le hace el amor, desea caer sobre tal. En su boca, el sabor agrio de una lágrima en donde están ella y todos, y ese día, esa vida que termina. Ese llanto que la vuelve a ahogar, una vez más. Alguien alguna vez habló de llorar, pero ella no sabe llorar, no conoce la palidez de los meses, ni los fríos de Junio, ni mis miedos ni los de ella, no recuerda hace cuánto la risa de niña no la habita. Tristes sus ojos que se clavan en los autos que van y vienen como una obra de teatro organizada, desde allí parecen hormigas trabajando. Hormigas eléctricas, pájaros hambrientos allá, en la calle. La luz dorada acaricia sus muslos, los aprieta con fuerza. Ella lo siente como se siente la incertidumbre. Parpadea un poco, luego sonríe... Esa luz tiene manos que desnudan su cuerpo para camuflarlo con esos autos. ¿Caerá? El viento cala y aulla, y ella, niña, una vez más se conforma con lo que no puede regalarse, y entre tanto desgarro se calla, se cae, exhibe con ganas su anatomía a ese mundo de luces doradas y hormigas eléctricas, exhibe con ganas, con rabia, con impotencia, pero con esa pequeña porción de calma que solo los seres como ella poseen. Y sin embargo, todos los corazones que habitaban en ella siguen latiendo entre los autos, aunque cada vez menos, una rueda, otra rueda... Y cuando nadie la distingue, cuando nadie la mira, deja salir esos corazones para que crezcan en otros cuerpos.

Nada supieron de ella. Qué fue, si llegó a encontrarse con ese alma urbano del que tanto solía hablar. Mientras ella, niña, caía al vacío (y no por inercia), Theo se preguntaba si llovería o no. La ciudad la atrapó. La ciudad la desgarró. La ciudad acabó con Niña.