viernes, 6 de julio de 2012

crónicas

Hace mucho tiempo reposa allí. El sol invade sus ojos con la tenue luz del recuerdo, las voces que se alzan lentamente, que brotan de la autopista y se acomodan en las esquinas del cuarto que habita, y sobre todos ellos el sueño etéreo del amor que nunca fue o fue demasiado. Se estira y vuelve a su posición inicial. No llora. Aspira y suelto el aire. Dejo el alma allí. Quizás es valiente, quizás todo lo contrario, quizás la almohadilla mece sus demonios y adormece sus latidos. Quizás, quien sabe, solo esté cansado. No llora ni habla pero sueña y allá, a la lejanía, se oye el llanto del animalito apresado. De repente y con apuro, un escuadrón de pequeños huesos pega un salto. Lo busca, lo aturde. Lo persigue sin cansancio. Nada de vueltas: la bestia fue a despertarlo. La guerra está declarada: las patas de la bestia luchan por arrebatarlo. Él se aprieta el vientre, toca los sueños con los dedos y el recuerdo se ancla en su carne y lo penetra, y sin embargo, la bestia no para. Lo enfrenta sin miedo, transmite pequeños saltos, insiste, llora. La bestia lo despertó.