miércoles, 18 de enero de 2012

b

- Carol Ann.

Entonces me miró. Dio la vuelta por detrás de la lámpara y me miró mientras yo sentía su oleosa mirada recorrer mi espalda de arriba a abajo equilibrándome. Después de eso la vi. Vi a Carol Ann, en mi mente, fresca y única belladonna como solía serlo con la misma juventud que solía tener todas las noches. Desnuda bajo la cama, vestida en el subte, caminando por el pasillo del colectivo. Fue Carol Ann una de esas mujeres difíciles, ni linda ni fea, que te enamoras sin darte cuenta condenándote a no sentir el flechazo ni lo insoportable del repudio por parte de la hembra. Ella de pie, mirándome. La vi seguir caminando, mirándome con sus grandes ojos y su pollera floreada. Ahí recordé cuando me dijo que temía que alguien soñara con su habitación enchapada y se quedara sin sus cosas.Tragué el áspero humo del cigarrillo y descubrí, segundos más tarde, que hacía un rato que llevábamos haciendo lo mismo: mirándonos.

Se extiende la noche de verano en sus ojos con hambre de naranjas. De pronto noté que su belleza imperial se había derrumbado a un cuerpo de abundante pelo blanco, un sentimiento que llegó a dolerme tanto como un tumor. Todavía recuerdo la historia que llevaba su envidiable cuerpo y la fresca lindura de su rostro, de su boca que se curva y sonríe, de sus ojos cuya mirada destilaba olor a Varsovia. Sus manos largas, apretando las flores sobre el regazo... La primavera en sus uñas, la luz dorada que acaricia su cabello mientras ella aprieta con fuerza esos ramitos de todos colores. En la tenebrosidad, clavaba su mente al sueño. Sus párpados brillantes en toda sombra, su esencia ya dormida, el pestañeo nocturno. Era el motivo de mis noches. Su presencia despeinaba. Cuando uno estaba con Carol Ann... habitaba entre murmullos de ciudad; largos y placenteros murmullos de ciudad.

Pronto, se volvió un recuerdo más de toda esta gran máquina. Es un ser sin atractivos, aún extraño o interesante, pero ya no es Carol Ann. Es como si sus arterias se hubieran poblado de pelitos blancos diminutos y suaves que con la cercanía de cada atardecer, se multiplican y encienden: de adentro hacia afuera. En vano luchó mentalmente por ahuyentar esos cabellos terribles, habían estado allí hace mucho tiempo y ya no aguantaban más. No vivirían sin una naranja, tampoco vivirían en esa magnífica anatomía envidiable. Ella sabía que todos los de su apellido debían soportarlo, que tarde o temprano llegaría... Entonces Carol Ann ya no fue más Carol Ann sino un ser de cuatro patas y una cola larga independiente, dos oídos afinados y ojos amarillos completamente abiertos. Eran esas formas las mismas que pintaban un gesto amargo simple en su mente, esa tristeza incomensurable en el rostro de su familia.

Era parte de su propio organismo y de su destino. De sus sutiles notas de amanecer.

- Cómo olvidar a Carol Ann.-dije.

Me pregunto qué estará haciendo en mi mente.