martes, 31 de julio de 2012

francesca

Fíjense ahora en la bella muchacha, Francesca, dorada por la tenue luz que se filtra por la ventana. Es la palidez lo que la acorrala, la enfermedad como rutina. Se sacude la miseria y dice esta vez no, pero allí sigue con ella. El temblor de las piernas, la crueldad que siempre la acompaña. Puede que fuera un monstruo, quién sabe. Le dice a todos qué será de lo que somos, qué sera del fantasma que me habita. Entonces se levanta mientras atardece y las nubes se preñan de un color rosado como las mejillas de la bella muchacha, ahí, donde las lagrimas dejaron huellas. Habla con su voz de niña, con la frágil inocencia, y se grita que no llore, pero no puede, ¿cómo va a poder sabiéndose monstruo, sabiéndose culpable? La luz le atenaza la garganta, aprieta los latidos de su corazón. Se siente como un animal salvaje preso, presa de sus palabras, por su café, por su pluma y su papel. Quiere abolir el tiempo, quiere volver atrás. El tiempo no le alcanzó más. Su cara de ilusión forma una imagen guardada con tinta indeleble. Francesca busca la felicidad en pequeñas cuotas mientras cuidaba espíritus aquellas tardes de invierno. Agazapada entre las sombras, se adormece entre sus manos. Fíjense ahora en ella, en esos ojos suyos, en la luz que lloran. No está aquí la muchacha que alguna vez fue joven. No está aquí la Francesca que las pupilas del invierno reclaman.

(...)