sábado, 27 de agosto de 2011

II (despiertos)

Parece que nos movemos pero en realidad estamos quietos, estamos detenidos ante una explicación ciega. Parecemos tranquilos, parece incluso que nos olvidamos de la señora de la vuelta. Parece como si realmente no supiéramos a qué atenernos -y no lo sabemos, en realidad- pero actuamos como si lo hiciéramos, como si ya supiéramos todo desde el principio, de antemano. Algo que por un azar que no pretendo entender, coincide exactamente con el momento en el que nos vimos.
Ahora mismo no sabemos nada pero sentimos ese verdor interno creciendo, ese amanecer surgiendo adentro nuestro, esa renovación en nuestras bocas, ese simultáneo absorber del aire que nos deja sin nada. Los labios se agrandan, se acercan entre sí, se superponen, se sienten. Y nos miramos, respiramos confundidos, las bocas luchan dulcemente apoyando las lenguas entre los suspiros calientes que van y vienen.
La gente siguió caminando unas pocas vueltas, ningún sonido brotó de ningún lado. No supe por qué esa inercia a nuestro alrededor se tornaba cariñosa, hasta tal punto adictiva. Extendía nuestros momentos abrillantados, desdibujaba movimientos en falso, esperaba la desnudez de nuestros aires. ¡Y cuán difícil sería poder explicar pacientemente ese momento, sin ningún gritito argentino durante los mates del domingo! Sucede que más tarde comentarán qué tal está, entonces todo es ya otra cosa. Dormir bien, peor o no dormir mucho mejor, sentirse ventajoso por perder una siesta a escapar a encontrarse con un ser que sabe dar cariño como ningún otro. El frío está instalado para acomodarse y colaborar, y la tarde volvió, el desorden de mi cuarto está desocupado para que lo ocupe yo y nadie más. A los otros días estaremos sueltos por la tarde, extendidos en alguna puerta de alguna casa de algún edificio que algún ser humano ocupará con o sin su pareja, queriendo nuestras esencias, dispersos por los espacios de nuestras miradas, actuando cual pequeños desesperados que aprietan el lápiz negro contra hoja blanca. Despiertos. Desplazados a las afueras de todo. Buscando decencia, aunque deberíamos aceptar ya que no hay un mínimo de decencia, quizás. Creciendo debajo tuyo, arrebatándote, sintiéndome idiota, dándote que pensar sin dejarte pensarlo, besándote fuerte. Somos ese alto y baja que mira la gente, somos lo que ven, somos lo que amamos.
Pero ya me quedarán palabras más sencillas para, algún día, contarlo en esos mates del domingo que no todos tomamos por lo amarillento de los dientes.