sábado, 14 de mayo de 2011

(carolina)


Carolina había escuchado detalladamente su voz por primera vez. Eran fragmentos de expresiones unidas, con un tono ronco, probablemente fuerte y dulce. Parecía como si dentro de esa voz hubieran secretos escalofriantes: su expresión proyectaba una sensación de duda, de curiosidad, tenía como un ligero y auténtico pesar. Ella desvió su mirada por la ventana del auto y entrelazó sus manos en el regazo, y por eso una pequeña risa entre dientes se escapó durante el estremecedor ruido del silencio que seccionó al aroma a pinos que llegaba desde la costa hasta el vehículo.

El día llegaba rápidamente a su fin, el sol decidía esconderse en el horizonte para dejar una vasta zona disponible a su antónimo, la luna, la cual iba a hacer de esas circunstancias, un cómodo y agradable estado. Carolina y su mitad salieron del vehículo para tomar un poco de aire. Faltaban infinitos y silenciosos kilómetros. A lo lejos ambos lograban divisar las luces de la ciudad. Eran rojas, azules, verdes, blancas; vaya, sí que habían colores, y brillaban como nunca aquel día, ¡cómo olvidarlo! El mar parecía un manto de destellos, y ese pequeño gran planeta nevado se reflejaba en el frío caldo azul.

-¿En qué piensas?- le preguntó. Su monótona voz esa vez sonó mucho más melódica, ella estaba acostumbrada.

Él quedaba suspendido en el aire cuando Carolina lo miraba a los ojos. Ese día sus ojos tenían un especial brillo nacarado, su mirada era penetrante, recóndita, abismal; de esas miradas de las cuales no puedes escapar jamás por la fascinación que te concede el hecho de poseerla en ese mismo instante, de esas miradas en las cuales tu mente da cien vueltas antes de responderle. Carolina apartó sus ojos, cohibida. Y en segundos, ella podía
notar sus brazos alrededor de su cintura, lo que le hizo pensar por un segundo, que nada había cambiado entre ellos dos durante esos kilómetros. Cuando él se apartó, la ilusión se desmoronó en segundos. La brisa helada de la noche en Maine los unía cada vez más, los granos blancos de arena se deshacían en el viento, las pisadas se borraban… Todo volvía a empezar en esa playa, una zona extensa y grandiosa con más de una historia de amor tallada en sus raíces.

-Pienso que este día será memorable.- le dijo lentamente, tímida, ofreciéndole una pequeña sonrisa. . Era extraño. Parecía como si ninguno de los dos supiera que decir, y Carolina lo sabía más que nadie. Parecía como si estuvieran dentro del vehículo, nuevamente, escapando de la realidad juntos.

Así que cerró los ojos y sintió como el tiempo transcurría a sus espaldas. Acariciaba su espalda, la mimaba. Poseía ese tiempo atrás suyo más que nada a lo largo de su vida. Le daba un breve cosquilleo desde la última hasta la primera vértebra. Y, finalmente, a atmósfera comenzaba a comprimir sus pies fríos, con el afán de algún día desprenderse de ese mísero y seco suelo de arena...